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Matar por matar. Porque sí, porque me apetece y me resulta divertido. Matar porque es domingo y hoy no trabajo. Matar porque tengo un arma y permiso para utilizarla. Matar porque soy más poderoso que el muerto y porque en la barra del bar, los que mataron menos que yo, sentirán envidia de mí cuando lo sepan.
«—Venid, venid —les diré mientras suelto un momento mi cerveza—, ya veréis lo que tengo en la camioneta. Anda que no me dio guerra el joputa».
Matar y posar sonriendo con el cadáver. Por si no se lo creen mis amigos, para colgar en el foro de caza, para que mis hijos se sientan orgullosos de su padre y mi padre lo esté de mí.
Escopeteros.
La ciencia, si atendemos a sus características, los define como psicópatas. La ley, considerando su dinero y sus votos, los incluye en la categoría de deportistas. Y ellos a sí mismos se dicen ecologistas, conservacionistas y, cómo no, hombres que aman y infinitamente más que tú y que yo a los animales.
Y algo es cierto, yo amo a unos animales y a otros no. Amo a mis perros y no amo a una perdiz que sobrevuele Motilla del Palancar, pero los respeto a todos. Ellos dirán que también, por supuesto.
Amor, respeto, esas dos cosas las he oído yo como imprescindibles entre una pareja de humanos. ¿Será por eso, por la peculiar manera que tienen de interpretar ambas los cazadores, que hay entre ellos un índice más alto que en el resto de la población de mujeres asesinadas a tiros o puñaladas? Y de actos violentos con la intervención de armas en general.
Creen tener muchos huevos, y ni huevos, ni conciencia, ni corazón.
Artículo de Julio Ortega.
Twitter: @JOrtegaFr
Coordinador Plataforma Manos Rojas
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